Este blog fue creado sólo para obtener una nota.
Lea mi blog personal que se llama Dicen que Nadie es perfecto y sea feliz.
Adiós.
La mañana es molesta. Aunque alguien opine lo contrario, lo es. Tiene mucha luz, mucho Sol. Cuando llueve, tiene mucha lluvia y muchísimos bostezos. Gracias, Zeus y Krishna, porque tengo clases en la mañana —cuando no las suspenden como en esta semana—, si no, dormiría toda la mañana hasta que se hiciera medio día y el Sol disparara su calor directamente hasta el techo de mi cuarto.
La tarde es aceptable, sobre todo después de las cuatro, cuando el Sol va perdiendo fuerza, va opacándose y opacando todo lo que me rodea. Mis amigos se opacan, las calles negras ya no brillan, los árboles se opacan, los girasoles se duermen.
Es en la tarde que he visto los colores más hermosos de la naturaleza. Despidiéndose, el Sol pinta las nubes de dorado, anaranjado, casi morado. Y las nubes se me presentan como otras cosas, como si no fueran nubes y se vuelven más grandes que una ballena: son ballenas de colores flotando lentamente en el mar del cielo, sobre los hombres que no las percibimos, sobre los edificios.
Agarrada de las colas de las ballenas, lenta, llega la noche, un poco pálida al inicio. Mientras más estrellas le brotan va llenándose de fuerza y llega una hora en que se vuelve la cosa más negra del mundo. Es en este instante donde me siento mejor, donde puedo disfrutar del silencio que se me niega de día.
Me desplazo de un lado al otro de la casa de noche. Mi papá está dormido. Es en este momento donde puedo sacar mis poemas más secretos y pensar, desarrollar ideas a realizar en veinte años, en quince días, mañana. Es en la noche donde puedo quedarme quieto dentro de mi pelo y ver las sombras que crean la luz del televisor y del monitor de la computadora sobre los sillones, las mesas, la ropa tirada, las telarañas.
Luego de las doce, la noche cambia de nombre y se vuelve madrugada. Afuera de mi casa matan a la gente, los indigentes se mueren y los perros, también. Yo escucho las sirenas, a veces, gritos; yo he aprendido a que eso no me altere y lo tomo como si algo cotidiano fuera, porque lo es. Casi a las dos —a veces a las cuatro—, me comienzan a pesar los párpados porque estar a treinta centímetros de un monitor cansa. Es entonces cuando me voy a la cama, me envuelvo entre la sábana. Ojalá nunca llegue la mañana.
Tengo un libro milenario que dice que
Hay personas tontas que no creen en Ella, que dicen que sólo un perfecto estúpido podría creer en una unicornio que, además de ser rosa, es invisible; que cómo puedo creer en algo que no puedo ver. Yo les respondo que el aire no se ve pero que existe y es igual con URI (Unicornio Rosa Invisible). Ellos me responden que el aire es científicamente comprobable, que se siente al ir velozmente en un carro o al agitar la mano. Yo concluyo con que no entienden, son necios, pobres ciegos; me dan lástima, se niegan a reconocer la verdad.
En las noches, doblo mis rodillas, le hablo a URI y me contesta. Tan grande es su misericordia que me contesta. Me dice cómo trotar sobre la inmensa pradera de la vida. “Trota como yo”, dice. Con su voz dulce, me dice qué hacer y qué no, dónde posar mi vista y de dónde apartarla. Pero los tontos, los hombres vacíos que negarían la rosada presencia de URI aun si la tuvieran enfrente, me dicen que esa voz que escucho es la mía, que es mi conciencia, que soy yo el que conoce todas las respuestas a mis preguntas y dicen más necedades como esas. Yo les respondo que no puedo negar a URI, que me sacó de la basura más hedionda y del lodo más podrido; que son ingratos, que mejor agradezcan a URI que están vivos.
Hoy, aquí, aprovechando el espacio que la tecnología me da y que nuestro profesor nos ha encomendado esta tarea de escribir un blog, quiero decirle a todo el mundo que URI está atenta a todo lo que pasa y que con su pata más fuerte pateará a todo aquel que vaya contra ella. Muchos incrédulos me dicen que no les puedo demostrar la existencia de la sagrada Unicornio Rosa Invisible. Yo les contesto que son ellos los que no pueden demostrar que no existe.
Reitero aquí este reto. Usted que lee esto —vos que me leés—, lo reto a que me compruebe que URI no existe. Si me lo demuestra, por Su Sagrada Crin que me espera en los prados del Cielo, le juro que me rapo el cabello y me vuelvo cristiano.
Adiós por el momento. Voy a comer la carne de URI, voy a beberme su sangre.
Este blog es rosado porque soy hombre, porque el rosado no me gusta en la ropa, porque ahora
Decido que este blog sea de este color porque es lindo, inofensivo y perfumado, muy popular entre las niñas de eterna sonrisa y de cara permanente de asombro ante la vida. Este blog es rosado porque este color se ve chocante en mí. Y es así, también, porque las fresas no lo son.
Para colorearlo meto mi nombre de usuario, digito mi contraseña que es una blasfemia; de entre mis blogs, elijo este; de entre las opciones, elijo Diseño, Fuentes y Colores, Rosado #FF6FCF, #FF1493, #FB607F, #FF00FF, rosado, rosado, rosado, un iPod rosado y cerdos.
Dentro de mi blog, reflexiono que los colores tienen sabor, en los ojos lo siento. Incluso el blanco tiene un sabor, así como el agua lo tiene. El negro tiene el sabor de todas las cosas calientes. El sabor del rojo sólo lo podemos sentir aquellos que hemos tenido sexo. El rosado es dulce, es una leche con fresas, tiene el olor de la menarquia y de los pequeños senos de las niñas.
Mi blog es rosado porque ese color no me combina, no me resalta los ojos, ni el culo. Conmigo, ese color contrasta. La gente se vuelve consciente de él y no pueden dejar de notarlo. Es el rosado el color menos esperado en mí, por eso reflexiono tanto sobre él (un poco más de diez minutos). Por eso paso por alto que, en realidad, mi blog es blanco.
1:50 p.m. Estoy frente al portón de
Aparentemente, en El Salvador ya es normal que los eventos empiecen tarde. Me siento a leer "Cien Años de Soledad" de Gabriel García Márquez mientras pasa el tiempo y a los pocos minutos (a los años, en el libro), pasa un señor que trabaja ahí y me pregunta:
- ¿Y usté es poeta?
- Eh… sí (En esa época no me daba pena decirlo).
- ¿Y ha escrito libros?
- Mmm… sí… pero no me han publicado.
- Ah, ¿y usté sabe qué va’ber aquí? ¡Es que com’uno no sabe!
- Va a haber una lectura del Encuentro Internacional de Poetas. Supuestamente iba a comenzar a las dos.
- Sí, ¿verdá?
Ambos sonreímos. Se va.
Sigo sentado, viendo pasar gente. De repente pasan frente a mí varias bolsas con recipientes desechables con comida llevados por unas señoras uniformadas, trabajadoras de una pequeña cadena de restaurantes cuya especialidad es el pavo. ¡A saber para qué serán!
2:22 p.m. Llega un microbús con un grupo pequeño de personas. ¡Al fin! Son los poetas. Pasan frente a mí y un par que me conoce me saluda. Me preguntan que si voy a leer (¡qué tonto! no ando mis poemas para haber aprovechado); quizá piensan que soy invitado oficial del encuentro. Les digo que sólo estoy de público; luego, subimos a la segunda planta y veo que se dirigen a una sala de reuniones. Me siento fuera de lugar, algo incómodo, y les digo, otra vez, que sólo estoy de oyente, pero alguien de
Me doy cuenta, entonces, que esta lectura está destinada a los trabajadores de
En la sala están Coral Bracho y Guadalupe Elizald de México, Montserrat Doucet de España, Wingston González de Guatemala, algunos miembros de la Fundación Metáfora y colaboradores que ayudan en el evento. También estamos Luis Alvarenga, director de la DPI, y yo. Pero ¿dónde están Leonardo Ruiz Tirado de Venezuela y Jorge Galán y André Cruchaga de El Salvador? La lista de poetas que apareció en el programa para esta lectura es diferente de la de quienes están. Falta de rigor ¡otra vez! Es lamentable que ni siquiera un poeta nacional se presentara.
Luis Alvarenga relata muy brevemente sobre la historia de
Un momento después, en la misma sala, me doy cuenta que la tardanza de poco menos de media hora había sido porque los poetas estaban llegando de Aguilares donde habían estado desde el lunes, según me dijo una colaboradora; tuvieron jornadas exhaustivas y Guadalupe Elizalde se disculpa por la tardanza, pero explica que el cuerpo tiene un límite y que les ha tocado pesado porque la gente les exige, pero que eso es bueno.
3:00 p.m. En otro cuarto en la segunda planta, han dispuesto sillas para el público y una mesa al frente para los poetas. Estamos rodeados de máquinas para hacer libros. Llegan poco a poco algunos empleados de
Termina de leer Wingston González, el más joven de la mesa. En medio de uno de sus poemas alguien que está hasta atrás se sale expresando su disgusto por lo que el poeta guatemalteco lee, posiblemente se siente insultado. Pero, en fin, aplauden y algunos sonríen con una tristeza monótona de empleado público en la tarde, ya casi a la hora de irse a su casa.
¡Qué calor! El sonido del ventilador nos llega al oído izquierdo. Ya todos los poetas han leído sus poemas tan diversos como sus formas y temáticas, como diversos sus acentos. Es el momento de la participación del público y, para romper el hielo, Guadalupe Elizalde pregunta a los empleados que si ellos, que hacen libros, leían alguna vez; que si no les daba curiosidad saber qué dice eso que están produciendo. Las tímidas respuestas no tardaron tanto en surgir:
- Nunca había presenciado un evento de esta naturaleza aquí en
Luego, otras dos personas participan, todas satisfechas con lo que había pasado.
Aparentemente, los poetas logran calar en algunos asistentes. ¿Qué tan cierto será esto? Es difícil saberlo por las caras casi inexpresivas.
El Director de
4:00 p.m. Decido escapar rápidamente pues ya es tarde, renuncio a mi extraña suerte y no me quedo al recorrido. Ahí quedan los poetas. Ahí quedan los trabajadores de