jueves, 9 de julio de 2009

Fin

Es el final.

Este blog fue creado sólo para obtener una nota.

Lea mi blog personal que se llama Dicen que Nadie es perfecto y sea feliz.

Adiós.

domingo, 5 de julio de 2009

Ojalá nunca llegue la mañana

La mañana es molesta. Aunque alguien opine lo contrario, lo es. Tiene mucha luz, mucho Sol. Cuando llueve, tiene mucha lluvia y muchísimos bostezos. Gracias, Zeus y Krishna, porque tengo clases en la mañana —cuando no las suspenden como en esta semana—, si no, dormiría toda la mañana hasta que se hiciera medio día y el Sol disparara su calor directamente hasta el techo de mi cuarto.


La tarde es aceptable, sobre todo después de las cuatro, cuando el Sol va perdiendo fuerza, va opacándose y opacando todo lo que me rodea. Mis amigos se opacan, las calles negras ya no brillan, los árboles se opacan, los girasoles se duermen.


Es en la tarde que he visto los colores más hermosos de la naturaleza. Despidiéndose, el Sol pinta las nubes de dorado, anaranjado, casi morado. Y las nubes se me presentan como otras cosas, como si no fueran nubes y se vuelven más grandes que una ballena: son ballenas de colores flotando lentamente en el mar del cielo, sobre los hombres que no las percibimos, sobre los edificios.


Agarrada de las colas de las ballenas, lenta, llega la noche, un poco pálida al inicio. Mientras más estrellas le brotan va llenándose de fuerza y llega una hora en que se vuelve la cosa más negra del mundo. Es en este instante donde me siento mejor, donde puedo disfrutar del silencio que se me niega de día.


Me desplazo de un lado al otro de la casa de noche. Mi papá está dormido. Es en este momento donde puedo sacar mis poemas más secretos y pensar, desarrollar ideas a realizar en veinte años, en quince días, mañana. Es en la noche donde puedo quedarme quieto dentro de mi pelo y ver las sombras que crean la luz del televisor y del monitor de la computadora sobre los sillones, las mesas, la ropa tirada, las telarañas.


Luego de las doce, la noche cambia de nombre y se vuelve madrugada. Afuera de mi casa matan a la gente, los indigentes se mueren y los perros, también. Yo escucho las sirenas, a veces, gritos; yo he aprendido a que eso no me altere y lo tomo como si algo cotidiano fuera, porque lo es. Casi a las dos —a veces a las cuatro—, me comienzan a pesar los párpados porque estar a treinta centímetros de un monitor cansa. Es entonces cuando me voy a la cama, me envuelvo entre la sábana. Ojalá nunca llegue la mañana.


sábado, 4 de julio de 2009

Teísta

Tengo un libro milenario que dice que la Unicornio Rosa Invisible es el verdadero dios. No es mentira, el libro lo dice; y es cierto porque también dice que no puede mentir. Imagínense: un libro que dice que lo que está escrito en él no es mentira. Tiene que ser verdad, no puede ser de otra manera. Sin duda.


Hay personas tontas que no creen en Ella, que dicen que sólo un perfecto estúpido podría creer en una unicornio que, además de ser rosa, es invisible; que cómo puedo creer en algo que no puedo ver. Yo les respondo que el aire no se ve pero que existe y es igual con URI (Unicornio Rosa Invisible). Ellos me responden que el aire es científicamente comprobable, que se siente al ir velozmente en un carro o al agitar la mano. Yo concluyo con que no entienden, son necios, pobres ciegos; me dan lástima, se niegan a reconocer la verdad.


En las noches, doblo mis rodillas, le hablo a URI y me contesta. Tan grande es su misericordia que me contesta. Me dice cómo trotar sobre la inmensa pradera de la vida. “Trota como yo”, dice. Con su voz dulce, me dice qué hacer y qué no, dónde posar mi vista y de dónde apartarla. Pero los tontos, los hombres vacíos que negarían la rosada presencia de URI aun si la tuvieran enfrente, me dicen que esa voz que escucho es la mía, que es mi conciencia, que soy yo el que conoce todas las respuestas a mis preguntas y dicen más necedades como esas. Yo les respondo que no puedo negar a URI, que me sacó de la basura más hedionda y del lodo más podrido; que son ingratos, que mejor agradezcan a URI que están vivos.


Hoy, aquí, aprovechando el espacio que la tecnología me da y que nuestro profesor nos ha encomendado esta tarea de escribir un blog, quiero decirle a todo el mundo que URI está atenta a todo lo que pasa y que con su pata más fuerte pateará a todo aquel que vaya contra ella. Muchos incrédulos me dicen que no les puedo demostrar la existencia de la sagrada Unicornio Rosa Invisible. Yo les contesto que son ellos los que no pueden demostrar que no existe.


Reitero aquí este reto. Usted que lee esto —vos que me leés—, lo reto a que me compruebe que URI no existe. Si me lo demuestra, por Su Sagrada Crin que me espera en los prados del Cielo, le juro que me rapo el cabello y me vuelvo cristiano.


Adiós por el momento. Voy a comer la carne de URI, voy a beberme su sangre.


--
Más de lo mismo aquí, aquí, aquí y aquí.

viernes, 3 de julio de 2009

El color

Este blog es rosado porque soy hombre, porque el rosado no me gusta en la ropa, porque ahora la Santísima Moda les ha autorizado a los jovencitos vestir de rosado sin temor a ser llamados “maricones”.


Decido que este blog sea de este color porque es lindo, inofensivo y perfumado, muy popular entre las niñas de eterna sonrisa y de cara permanente de asombro ante la vida. Este blog es rosado porque este color se ve chocante en mí. Y es así, también, porque las fresas no lo son.


Para colorearlo meto mi nombre de usuario, digito mi contraseña que es una blasfemia; de entre mis blogs, elijo este; de entre las opciones, elijo Diseño, Fuentes y Colores, Rosado #FF6FCF, #FF1493, #FB607F, #FF00FF, rosado, rosado, rosado, un iPod rosado y cerdos.


Dentro de mi blog, reflexiono que los colores tienen sabor, en los ojos lo siento. Incluso el blanco tiene un sabor, así como el agua lo tiene. El negro tiene el sabor de todas las cosas calientes. El sabor del rojo sólo lo podemos sentir aquellos que hemos tenido sexo. El rosado es dulce, es una leche con fresas, tiene el olor de la menarquia y de los pequeños senos de las niñas.


Mi blog es rosado porque ese color no me combina, no me resalta los ojos, ni el culo. Conmigo, ese color contrasta. La gente se vuelve consciente de él y no pueden dejar de notarlo. Es el rosado el color menos esperado en mí, por eso reflexiono tanto sobre él (un poco más de diez minutos). Por eso paso por alto que, en realidad, mi blog es blanco.

miércoles, 1 de julio de 2009

El turno de la DPI

1:50 p.m. Estoy frente al portón de la Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI) para asistir a la lectura del IV Encuentro Internacional de Poetas "El Turno del Ofendido" que se programó ahí a las 2:00 p.m. del día 17 de mayo de 2007; explico a los guardias a lo que he venido y me dejan pasar. La señora que atiende la recepción me dice que nadie ha llegado (claro que no se refiere a mí), pero que bien puedo esperar.

Aparentemente, en El Salvador ya es normal que los eventos empiecen tarde. Me siento a leer "Cien Años de Soledad" de Gabriel García Márquez mientras pasa el tiempo y a los pocos minutos (a los años, en el libro), pasa un señor que trabaja ahí y me pregunta:

- ¿Y usté es poeta?

- Eh… sí (En esa época no me daba pena decirlo).

- ¿Y ha escrito libros?

- Mmm… sí… pero no me han publicado.

- Ah, ¿y usté sabe qué va’ber aquí? ¡Es que com’uno no sabe!

- Va a haber una lectura del Encuentro Internacional de Poetas. Supuestamente iba a comenzar a las dos.

- Sí, ¿verdá?

Ambos sonreímos. Se va.

Sigo sentado, viendo pasar gente. De repente pasan frente a mí varias bolsas con recipientes desechables con comida llevados por unas señoras uniformadas, trabajadoras de una pequeña cadena de restaurantes cuya especialidad es el pavo. ¡A saber para qué serán!

2:22 p.m. Llega un microbús con un grupo pequeño de personas. ¡Al fin! Son los poetas. Pasan frente a mí y un par que me conoce me saluda. Me preguntan que si voy a leer (¡qué tonto! no ando mis poemas para haber aprovechado); quizá piensan que soy invitado oficial del encuentro. Les digo que sólo estoy de público; luego, subimos a la segunda planta y veo que se dirigen a una sala de reuniones. Me siento fuera de lugar, algo incómodo, y les digo, otra vez, que sólo estoy de oyente, pero alguien de la Fundación Metáfora me dice que no importa, que entre.

Me doy cuenta, entonces, que esta lectura está destinada a los trabajadores de la DPI y no al público en general. Pero en el programa oficial no hay especificaciones de cuáles lecturas están abiertas al público general y cuáles están destinadas a un público específico como alumnos de los muchos centros escolares donde han ido o empleados de la DPI, como en este caso. Considero, al ver el programa oficial, que en este encuentro ha habido muy pocos recitales abiertos al público general, pero reconozco que ha llegado a muchos lugares del interior del país que son olvidados para otros eventos de tipo cultural.

En la sala están Coral Bracho y Guadalupe Elizald de México, Montserrat Doucet de España, Wingston González de Guatemala, algunos miembros de la Fundación Metáfora y colaboradores que ayudan en el evento. También estamos Luis Alvarenga, director de la DPI, y yo. Pero ¿dónde están Leonardo Ruiz Tirado de Venezuela y Jorge Galán y André Cruchaga de El Salvador? La lista de poetas que apareció en el programa para esta lectura es diferente de la de quienes están. Falta de rigor ¡otra vez! Es lamentable que ni siquiera un poeta nacional se presentara.

Luis Alvarenga relata muy brevemente sobre la historia de la Dirección y los escritores se muestran interesados y, para ubicarse, hacen referencia a los equivalentes de la DPI en sus respectivos países. El Director menciona también que esta es la primera vez que hay un evento de este tipo en la Dirección y que los empleados están expectantes ¡al fin les llegó el turno! Dice que luego haremos un recorrido por las instalaciones y eso me alegra porque debido a mi extraña suerte de este día podré ser parte del recorrido.

Un momento después, en la misma sala, me doy cuenta que la tardanza de poco menos de media hora había sido porque los poetas estaban llegando de Aguilares donde habían estado desde el lunes, según me dijo una colaboradora; tuvieron jornadas exhaustivas y Guadalupe Elizalde se disculpa por la tardanza, pero explica que el cuerpo tiene un límite y que les ha tocado pesado porque la gente les exige, pero que eso es bueno.

3:00 p.m. En otro cuarto en la segunda planta, han dispuesto sillas para el público y una mesa al frente para los poetas. Estamos rodeados de máquinas para hacer libros. Llegan poco a poco algunos empleados de la DPI para escuchar a los poetas. Me gustaría leer sus mentes y saber qué piensan sinceramente de ese evento. Toman asiento; unos están parados hasta atrás. Los rostros involucrados tras la producción en serie de libros son muy comunes, muy familiares, como la gente que viaja a la par nuestra en el bus. ¡Qué extraño! tienten enfrente a unos poetas y no sé si son conscientes de la relación tan cercana que tienen con ellos. Parece que algunos no están poniendo atención, están viendo un punto fijo como hipnotizados, más bien parecen distraídos y tristes.

Termina de leer Wingston González, el más joven de la mesa. En medio de uno de sus poemas alguien que está hasta atrás se sale expresando su disgusto por lo que el poeta guatemalteco lee, posiblemente se siente insultado. Pero, en fin, aplauden y algunos sonríen con una tristeza monótona de empleado público en la tarde, ya casi a la hora de irse a su casa.

¡Qué calor! El sonido del ventilador nos llega al oído izquierdo. Ya todos los poetas han leído sus poemas tan diversos como sus formas y temáticas, como diversos sus acentos. Es el momento de la participación del público y, para romper el hielo, Guadalupe Elizalde pregunta a los empleados que si ellos, que hacen libros, leían alguna vez; que si no les daba curiosidad saber qué dice eso que están produciendo. Las tímidas respuestas no tardaron tanto en surgir:

- Nunca había presenciado un evento de esta naturaleza aquí en la Dirección… le agradezco al director por esto.

Luego, otras dos personas participan, todas satisfechas con lo que había pasado.

Aparentemente, los poetas logran calar en algunos asistentes. ¿Qué tan cierto será esto? Es difícil saberlo por las caras casi inexpresivas.

El Director de la DPI da por finalizado el evento agradeciendo la asistencia de todos y nos invita a disfrutar de un refrigerio de panes con pavo y gaseosas (se resuelve la interrogante del inicio).

4:00 p.m. Decido escapar rápidamente pues ya es tarde, renuncio a mi extraña suerte y no me quedo al recorrido. Ahí quedan los poetas. Ahí quedan los trabajadores de la DPI, contentos, quizá, por el pan con pavo.

viernes, 26 de junio de 2009

Vicky Cristina Soyapango

Woody Allen se levantó de su cama una noche que no podía dormir para escribir en su libreta las palabras "Vicky Cristina Barcelona". Meses después de eso, ya llevaba varias páginas escritas de lo que se convertiría en otra película de Woody Allen, en una película muy peculiar de Woody Allen.


Cuando terminó el guión, llamó a toda la gente necesaria para su realización y entre esas personas estaban Javier Bardem, Scarlett Johansson y Penélope Cruz.


El 15 de agosto de 2008, Vicky Cristina Barcelona se estrenó en Estados Unidos. Qué raro que Woody no haya actuado esta vez en un proyecto suyo: este hecho ya vuelve muy peculiar la película. El 22 de febrero de 2009, Penélope Cruz ganó el Oscar a mejor actriz de reparto por el papel de María Elena y dio un discurso conmovedor y tan poderoso que alcanzó a tocarme del otro lado de la pantalla del televisor, a miles de kilómetros, en Soyapango. “Yo crecí en un lugar llamado Alcobendas, donde esto no era un sueño muy realista”, dijo y me proyecté a futuro cambiando Alcobendas por Soyapango y el Oscar, por otra cosa, otra.


La semana pasada, en San Salvador, se estrenó al fin esta película en las salas de cine. Yo la vi un día antes de que se proyectara en los cines nacionales gracias a la barata piratería de la que gozamos los salvadoreños y otra vez, como en febrero, una energía más tangible que Dios traspasó la pantalla del televisor y me fijó en un sillón de mi casa por 96 minutos, me dio acceso voyeurista a un verano muy peculiar en las vidas de los personajes, me mostró un nuevo encuentro de dos mundos. En cada palabra del guión que Woody Allen escribió sentí la fuerza, la inspiración, el llamado necesarios para seguir con vida. ¿Que cómo fue posible eso? Véala.



martes, 23 de junio de 2009

Arquitectura marítima de la universidad

Los edificios viejos de la UCA me recuerdan a un barco bien grande donde nunca he estado. Sí, hay mucha grama y caminitos adoquinados por todos lados, pero la impresión constante que me da es la del mar abierto, sobre un barco gigante.


Los edificios A y B son las chimeneas por donde no sale humo a menos que sea época de parciales y estén difíciles. Si uno se queda viendo sólo la parte más alta de esos edificios tubulares, si uno ignora todo lo que hay desde el segundo nivel hacia abajo y aprecia cómo las cirrus uncinus se mueven atrás de los tubos, da la impresión de ir navegando con la cabeza alzada y fija en las chimeneas para no marearse pues, así, se siente como que si sólo son las nubes las que se mueven y no los edificios.


La ilusión es más creíble si uno hace lo anterior desde las terrazas que conectan las aulas B y A; hay que ponerse a la orilla y agarrarse de una baranda para imaginar que es de un barco esa baranda y que nos salva de caer en el Atlántico y no, en el cemento.


¿Qué más? Las aulas magnas.


Esas son, cada una, un barco: con la misma forma básica y pequeñas diferencias. Son barcos siempre anclados en un mar verde como pasto, en un mar desnivelado porque tiene gradas pero no, olas.


Lo curioso es que los tripulantes cambian de barco caminando sobre el mar como Cristo. Salen casi dormidos porque el movimiento quieto de la imperceptible marea los arrulla… ¿o son las palabras de los profesores? Salen, caminan sin mojarse hacia otro barco a dormirse otra vez, a esperar el tiempo pasar, alargarse, terminarse ineludiblemente para siempre.


Los otros edificios no dejan de evocarme el mar, la playa. Predominan las paredes grises de cemento (no de pintura) y las columnas pintadas de azul (no de cemento).


Fantaseo que demuelo las paredes, las desbarato y las hago arena (no polvo), las esparzo en algún lugar con suficiente espacio —como la cancha de fútbol— y la pintura azul se vuelve líquida otra vez y me pinta un mar muy cerca de la playa que he creado. El Sol que ahí cae es el Sol del mar. Los jugadores son veraneantes.


Dejo de fantasear. Camino entre el campus y veo otros edificios que no evocan el mar. A mi lado pasan maniquís de tienda de ropa, las palabras de Monseñor Romero en las panzas de algunos, camisas tipo polo con el logo de la UCA y el viento. A mí lado pasan esas cosas. En medio de ellas paso yo.


Los nuevos edificios son diferentes, son más terrestres, funcionales pero bonitos, también. Ahí la gente se vuelve menos divina y camina sobre la tierra, hablan de fórmulas matemáticas, aplican la filosofía a la computación, tienen antenas en las terrazas, dicen palabras como “despejar”, “pivotear” y “Foussier”. Ahí entra más luz natural. Los baños son más bonitos.


jueves, 11 de junio de 2009

Los buenos escritores están muertos


Supongamos que se realiza en el país una encuesta de una sola pregunta: ¿Qué escritores salvadoreños de buena calidad conoce? Las respuestas no serían muy difíciles de adivinar. Obtendríamos una lista bastante predecible y los nombres sobresalientes serían los de Claudia Lars, Salarrué, Hugo Lindo, Alfredo Espino, Alberto Masferrer, Roque Dalton, David Escobar Galindo y no muchos más. Si observamos con atención esta pequeña lista y conocemos un poco de las biografías de estos escritores, nos daremos cuenta de que sólo uno de ellos está vivo. Aparentemente, los buenos escritores nacionales están muertos.


Claro, la obra literaria de los antes mencionados es, sin duda, de gran valor para la literatura y la identidad nacional, ya que no sólo supo reflejar de manera ingeniosa la realidad de su tiempo, sino que también creó ella misma una identidad que nos caracteriza como salvadoreños hasta esta fecha.


Pero, ¿qué hay de los escritores jóvenes, creadores activos de literatura en la actualidad? ¿Cuáles son sus nombres? ¿Qué escriben? Seguramente, un señor que trabaja en la construcción de edificios de apartamentos en San Salvador no sabría responder a esta interrogante. Incluso si se le preguntara directamente quiénes son Claudia Hernández y Jorge Galán, muy probablemente respondería que no sabe o que son presentadores de algún noticiero.


Dejando a un lado el prejuicio de que los obreros son ignorantes, si preguntáramos en una universidad a alumnos de carreras no afines a Letras, elegidos al azar, sobre quiénes son los publicados en la colección Nueva Palabra de la DPI o quiénes son algunos de los ganadores del certamen Letras Nuevas de La Prensa Gráfica —por mencionar algunos intentos de difusión—, el porcentaje de respuestas acertadas sería muy bajo, incluso algunos no sabrían a qué nos estamos refiriendo.


¿Qué pasa? ¿Es que la calidad ha bajado tanto conforme se han ido relevando las generaciones y el público en general —ese que es la razón de publicar un libro— no encuentra nada atractivo entre las pocas nuevas opciones? ¿Será que los escritores mayores, conocidos sólo dentro del mundillo literario, desaprueban todo intento de los jóvenes de separarse de lo que se ha venido haciendo? Recordemos que son esos escritores los jurados de los certámenes en los que los jovencitos podrían participar. ¿Puede ser que los tantos talleres literarios que existen son realmente inútiles y que en vez de contribuir al “mejoramiento” de la calidad, han contribuido al deterioro de ésta?


Las respuestas son difíciles de encontrar en estos momentos en los que se está siendo parte de la historia. Pero las dudas surgen. No se puede evitar reflexionar ante el panorama que se tiene enfrente. La conclusión inmediata que se puede sacar de esto es que hay que hacer las cosas de manera diferente a la que se ha venido practicando. No sería mala idea rechazar los talleres literarios, diseñar un camino de formación que se adapte a las necesidades y características individuales de cada escritor incipiente. Federico García Lorca no iba a La Casa del Escritor. Arthur Rimbaud no era parte de la Escuela de Jóvenes Talentos de la Universidad Matías Delgado.


Las respuestas se encuentran dentro de cada escritor; no en talleres, en libros de métrica española o en mentores. Sólo siendo sincero consigo mismo, el escritor logrará trascender las fronteras de su mundito literario que lo limitan y su obra podrá tener valor. No está de más cuestionarse sobre eso. Es, incluso, necesario. La competencia es fuerte. Los escritores jóvenes deberían buscar superar a los muertos, no parecerse a ellos. ¿Quién quiere parecer un muerto?


--
Otra vesión de lo mismo. Esta tarea de Redacción I nació de este post que escribí en mi blog personal hace algunos meses.